martes, 20 de julio de 2010

El complicado laberinto belga

Bélgica es uno de los padres fundadores de lo que actualmente conocemos como Unión Europea. Es un país al que se considera “corazón de Europa” y cuya capital aglutina las principales instituciones de la UE. Es paradójico, no obstante, que la capital de Europa no sea el vivo ejemplo del lema comunitario “Unidos en la diversidad”.

El siglo XIX siempre será estudiado como el siglo de las revoluciones; y fue precisamente una revolución lo que convirtió a este país en una monarquía en torno a la cual orbitarían las élites francófonas.

Geográficamente, Bélgica es un país que funciona al estilo federal con una línea divisoria que marca una inevitable frontera entre las dos comunidades que lo habitan: los flamencos y los valones (francófonos). Históricamente, la comunidad flamenca ha pasado de ser una comunidad infrarrepresentada a hacerse con el timón del país y constituir lo que actualmente supone cerca del 70% de la población belga.

Pero en medio de esta frontera se encuentra el distrito electoral BHV (que engloba a las ciudades de Bruselas, Hal y Vilvoorde), geográficamente situado en la parte flamenca pero formalmente habitado en su mayoría por valones. La ley electoral belga define el voto como obligatorio, es decir: no acudir a las urnas es motivo de sanción en este país. Y al tener un modelo federalista, cada región tiene sus partidos políticos (por ejemplo, hay un Partido Socialista valón y un Partido Socialista flamenco), por lo que si eres valón y residente en Hal, no podrás votar ya que sólo puedes votar a los partidos valones, que en esa circunscripción no se presentan.

Para acabar con esta contradicción, desde 1963 el distrito BHV tiene una serie de “facilidades”, de tal manera que los valones pudieran ejercer sus derechos. Sin embargo, en 2003 el Tribunal Constitucional declaró ilegal esta situación, alegando, entre otras cosas, que los candidatos a las elecciones en la parte flamenca juegan con desventaja porque compiten con candidatos de fuera de su provincia. Este conflicto es lo que tumbó al Gobierno de Yves Leterme en abril de 2010, que presentó su dimisión al verse incapaz de encontrar una salida.

Bruselas goza de un estatuto especial bilingüe que en realidad sería la solución más viable si éste se extendiese en todo el país (siempre y cuando los flamencos estuvieran dispuestos a ceder, algo implanteable hoy por hoy).

En este complejo organigrama, el rey (que tiene unos poderes muy limitados) ejerce un papel simbólico de unión vital para que Bélgica siga siendo Bélgica. Y dentro de este panorama, frustra ver que la enemistad popular entre flamencos y valones es nula y que todo se trata, una vez más, de tensiones entre políticos que están fragmentando un país al que algunos analistas auguran pocos años de vida.

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