

La “primavera árabe” ha protagonizado la revisión de la Política Europea de Vecindad, cuyas nuevas líneas maestras fueron presentadas a finales del mes de mayo por la Alta Representante de la Unión para la Política Exterior Catherine Ashton. La nueva dimensión de las relaciones de la UE con sus vecinos hace un mayor hincapié en los vecinos del Este. Es aquí cuando entra en juego un nuevo factor: la energía.
Titulo este post de manera homónima a la serie que Gomaespuma realiza para la Comisión Europea en España sobre los logros de la UE. Una Unión Europea que atraviesa uno de los momentos más complicados de su historia.
José Ignacio Torreblanca, en su reportaje del suplemento “Domingo” de El País, realiza un retrato inquietante de la situación actual en que se halla la UE y una perspectiva desalentadora en cuanto al futuro del proyecto europeo. Porque desde la crisis institucional que provocó el rechazo francés y holandés a la Constitución Europea Bruselas no ha levantado cabeza.
Se intentó salvar el mensaje aunando todos los contenidos en el Tratado de Lisboa. Pero aunque recogiera prácticamente el 90% de la sustancia de la Constitución fallida, el Tratado no dejó de ser un paso hacia delante de bajo perfil y a marchas forzadas. Objetivos ambiciosos que preveían los mecanismos necesarios y que sin embargo han conseguido el resultado opuesto al esperado. El mundo sigue sin saber a quién tiene que llamar cuando quiere hablar con la Unión Europea y la maquinaria puesta en marcha por el servicio diplomático europeo no ha servido más que para emitir un comunicado tras otro, cada uno más ambiguo que el anterior.
Es reconocida la buena labor desempeñada por el presidente permanente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy a puerta cerrada y notorios sus éxitos de mediación entre los líderes europeos para alcanzar acuerdos. Y nadie cuestiona la apretadísima agenda de la Alta Representante de la Unión para la Política Exterior, Catherine Ashton, reuniéndose cada semana con los principales líderes mundiales y viajando allí donde se encuentra la actualidad. El problema es que nuevamente nos encontramos con ambiciosos objetivos a los que se da un perfil bajo. Ni Van Rompuy ni Ashton son amantes de acaparar los titulares de los periódicos; a los dos les gusta trabajar en los despachos y son ajenos a mensajes gancho electoralistas. Quizá porque su puesto no depende del voto de los ciudadanos. Quizá porque el resto de presidentes sean los que quieren aparecer en la foto. Y esa cualidad es digna de aplauso, pero como en todo, la virtud está en el punto medio.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el Viejo continente dio al mundo una lección de entendimiento y comprensión mutua. Europa demostró que es posible aprender de la historia; que sólo analizando el pasado podemos avanzar para ser mejores. Y es como se fue configurando un acervo comunitario espléndido que tras 61 años de historia parece tambalearse.
Poner en común la industria del carbón y el acero fue un paso importantísimo si lo ubicamos en la década de los 50 del siglo XX. Crecer basándose en la solidaridad ha dado a la UE un modo sui generis de entender la evolución de las sociedades. Hemos visto cómo los fondos de cohesión han ido ganando peso con el paso de los años, y la finalidad de la cohesión no es otra que trabajar por equiparar las regiones más pobres del continente a las más ricas; sin importar el país del que procedan. Crear un espacio aduanero común ha permitido el movimiento de bienes, servicios, capitales y personas sin trabas en un número importante de Estados que sólo hace décadas no mantenían ni relaciones diplomáticas. Ha permitido que Europa sea la principal receptora de productos de Europa con una política monetaria conjunta.
Esta reflexión fue publicada en Diario de Castilla - La Mancha, en versión reducida, el 20 de mayo de 2011:
El continente europeo está protagonizando un preocupante giro a la derecha que promete minar la prosperidad y las libertades de los europeos y lo que es peor, con su propio consentimiento.
El paro, la inmigración, la inseguridad y el nacionalismo son las principales bazas en las que se escudan los incipientes partidos populistas de ultraderecha europeos para arañar cuota de votos en las urnas en un contexto de crisis como el actual. En 2007, la UCD de Suiza arrasó en las urnas con cerca del 30% de los votos, convirtiéndose en el partido más votado del país. Suiza se enfrentará a unas nuevas elecciones el próximo otoño.
Los siempre admirados países nórdicos también saben de esto: en Suecia la ultraderecha obtuvo cerca del 6% de los votos en las elecciones de septiembre de 2010, y aunque el resto de partidos se negaran a contar con “Demócratas de Suecia” para formar gobierno, sí es cierto que logró representación en el Parlamento por primera vez. Más reciente y preocupante es el caso de Finlandia, donde los “Auténticos Finlandeses” de Timo Soini han pasado de de 5 a 39 diputados.
Por otra parte, Dinamarca, Letonia, Lituania, Eslovaquia, Eslovenia, Bulgaria y Grecia también han abierto sus Parlamentos a partidos de derecha populista.
Y no hay duda de que los partidos de derecha plasmarán sus campañas con tintes de la misma calaña para arañar voto a la ultraderecha, como ya está haciendo Sarkozy tras el auge en las encuestas de Marine Le Pen y su propuesta de sacar a Francia del Espacio Schengen. O como ya se ha hecho en Hungría, redactando una constitución decimonónica.
Como dice Lluís Bassets en su blog, “En el momento en que el mundo árabe intenta avanzar en una transición hacia la democracia, el mundo europeo pugna por una transición hacia el pasado, hacia aquella época de Europa en que se apagaron las luces”.
La crisis financiera internacional que azota a la Eurozona ha sido una oportunidad de oro para que las instituciones de la Unión Europea se hicieran más visibles y cercanas ante los ciudadanos. La siempre alejada Bruselas ha pasado a ocupar buena parte de los titulares y los europeos nos hemos dado cuenta de que sí era
verdad eso que nos decían de que lo que se decide en la UE afecta directamente en nuestras vidas.
El problema viene cuando los gobiernos nacionales utilizan como pretexto la frase: “esto viene de Bruselas” al verse obligados a tomar medidas impopulares. Bien cierto es que la Europa neoliberal de Merkel y Sarkozy ha tomado un rumbo muy distinto al que hubiera emprendido de estar liderada por políticos de otro color. Pero no nos engañemos: que nos hayamos visto obligados a optar por el neoliberalismo como salida a la crisis no se debe a Francia o Alemania. Se debe al resultado de unas elecciones europeas que empañaron de color azul todas las instituciones.
La desmedida atención mediática ha convertido a la UE en el centro de unas críticas feroces, cuestionándose incluso uno de sus mayores logros: el euro. Bien es cierto que sin gobernanza económica común, el e
uro seguirá siendo una realidad a medias, pero el debate ya está abierto. A este respecto, se han tomado medidas que han pasado muy desapercibidas pero que cambiarán el funcionamiento de las cosas (al menos, eso cabe esperar).
En este clima, la Unión ha seguido adelante con sus retos de crecimiento interno mediante la integración de Estonia en la zona euro en enero de 2011 y la fase final de las negociaciones de adhesión de Croacia. El país balcánico ya ha completado provisionalmente 28 de los 35 capítulos pendientes (entre ellos, el conflicto fronterizo con Eslovenia) y la Presidencia húngara se ha marcado el reto de cerrarlos todos durante este semestre, algo que la desafortunada Presidencia española ya se propuso en su día.
Surgen sin embargo nuevos reveses que preocupan a la órbita europea, y es un sentimiento de rechazo cada vez más palpable en la sociedad croata respecto de su adhesión. Mientras en 2006 el Eurobarómetro concluía que sólo el 25% de los croatas tenía una visión negativa de su entrada en la UE, el informe del Parlamento Europeo acoge con preocupación la evolución de esta tendencia, citando textualmente que en “el último estudio del Eurobarómetro, la mayoría de los ciudadanos croatas piensan que la adhesión de Croacia a la UE no será beneficiosa para el país”.
El último informe de progreso de la Comisión hace un balance minucioso de los esfuerzos de Croacia por avanzar rápidamente a la adhesión, pero antes tendrá que superar un referéndum popular y aquí las autoridades europeas y croatas tienen un importante trabajo que llevar a cabo para evitar el duro golpe que supondría un hipotético rechazo. Con todo, y como ha declarado el eurodiputado Hannes Swoboda, es probable que hasta 2013 no sea posible. Queda esperar que sea una adhesión menos tormentosa que la de Rumanía y Bulgaria, que han acabado por convertirse en los socios más problemáticos de la historia de la UE ya que, como tuve ocasión de escuchar en palabras del propio ex comisario de Ampliación, Olli Rehn (actual comisario de Asuntos Económicos), fue una adhesión precipitada y a marchas forzadas.
**Próximos pasos:
Finales de junio: Fecha estimada de conclusión de las negociaciones de adhesión con Croacia.
Finales de 2012: Fecha hasta la que podría extenderse la ratificación por parte de los 27 Estados miembros.
1 de enero de 2013: Posible entrada de Croacia sin no hay ningún imprevisto.
1 de enero de 2014: Adhesión en caso de que surjan problemas o retrasos. 2014: Próximas elecciones al Parlamento Europeo, en las que previsiblemente Croacia participará.
Pero lobbies, agrupaciones y ONG’s van mucho más allá, y están consiguiendo trasladar el debate a los más altos niveles. Ya no es una utopía hablar de una reducción de emisiones de hasta un 90% para 2050 (en relación a los niveles de 1990). O de un abastecimiento del 100% en energías renovables hacia mitad de siglo.
El cambio requerido para alcanzar tal fin supone un verdadero salto cualitativo. Muchos hablan de una nueva revolución industrial, una serie de cambios que impliquen algo parecido a lo ocurrido a finales del siglo XVIII en Europa. La economía baja en carbono, limpia, verde, respetuosa con el medio ambiente y con la biodiversidad requiere un cambio en prácticamente todas nuestras formas de vida. Nicholas Stern, ex economista jefe del Banco Mundial, declaró en una entrevista al diario El País que esta revolución “será mayor que la de la electricidad, los trenes, los coches y probablemente mayor que la de la información. Afectará a todos los sectores y creará una ola de innovación. Las revoluciones de los últimos 200 años necesitaron inversiones durante 30 o 40 años y esta será una de esas. Esta vez no podemos permitirnos retrasarlo”.
El desafío es mayúsculo. Europa es un continente heterogéneo, y la energía solar que puede producir España no es la misma que, por sus condiciones meteorológicas, puede producir Bélgica, del mismo modo que la energía eólica que produce Finlandia es, con mucho, superior a la que puede aspirar a producir Grecia. También hay problemas con países pequeños como Luxemburgo, que no tienen espacio material para instalar parques eólicos o plantas solares. Por ello, la Comisión Europea estudia la creación de redes inteligentes capaces de interconectar Europa: que la energía producida por el abundante sol en España se pueda trasmitir a Suecia sin problemas, de tal manera que se garantice el abastecimiento y se reduzca la dependencia de otros países como Rusia, que exporta un gas fundamental para los inviernos europeos.
La Comunidad Europea para la Energía Renovable (ERENE) es un proyecto encabezado por la ex comisaria europea de presupuesto, la alemana Michaele Schreyer que defiende la viabilidad de las renovables y la urgencia de acabar con la dependencia de Europa respecto de los recursos fósiles. ¿Es posible? Según la Red Eléctrica de España (REE), las energías renovables cubrieron en España el 35% de la demanda eléctrica. Es el año en que, por primera vez en la historia, España exportó luz a Francia.
El Consejo europeo lo ha dejado claro: “la revolución en los sistemas energéticos europeos debe comenzar ya”. Se trata, sin embargo, de una ardua tarea que requerirá una inversión que el comisario europeo de Energía ha cifrado en un trillón de euros para los 10 próximos años. Un esfuerzo presupuestario incalculable y la necesidad de atraer inversión privada en un momento difícil. Lo que no dudan los líderes europeos son las palabras del presidente norteamericano Barack Obama: “el país que sea capaz de desarrollar y comercializar con éxito energías limpias conseguirá el liderazgo en el siglo XXI”.
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*Fotos: ERENE y diario El País
La Unión Europea sigue enfatizando su apuesta por las energías renovables, y lo hace en un momento crucial para afianzar su credibilidad y su liderazgo. Los europeos presumieron de ser los más ambiciosos en los objetivos de reducción de emisiones en las cumbres mundiales del clima, pero es ahora cuando se va a decidir si todo era propaganda o si están realmente dispuestos a conseguir los objetivos marcados para el año 2020.
Los jefes de estado y de gobierno de los Veintisiete se han reunido en Bruselas en la primera cumbre energética de estas características, aunque ya hemos podido saber que la situación en Egipto y la crisis financiera internacional han quitado cierto protagonismo a la cuestión energética. Y en este contexto, merecen un apartado especial las últimas declaraciones del comisario de Energía, el alemán Günther Oettinger, que enfatizó que ha llegado el momento del “doble o nada”. A su juicio, y según los cálculos que ha realizado la Comisión, la actual inversión no es suficiente para conseguir un desarrollo potencial de las energías renovables que permitan alcanzar un 20% de cuota de energía procedente de estas fuentes en la próxima década. El comisario pidió un esfuerzo adicional a los Estados miembros y llamó a la financiación privada, para pasar de los actuales 35.000 millones a los 70.000. De lo contrario, el esfuerzo y el dinero empleado hasta ahora servirán francamente de poco.
El comisario afirma que de hacer algo, se hace en condiciones o no se hace. Y no le falta razón a Oettinger. A la UE se le cayó la cara de vergüenza cuando llegó el año 2010 y vio que no alcanzó ninguno de los objetivos que se había propuesto para esa fecha (dentro de la llamada ‘Estrategia de Lisboa’). Entre otras cosas, la estrategia pretendía convertir a Europa en la economía más competitiva del mundo, con bajas tasas de paro y alto nivel de escolarización e investigación científica. No hay más que mirar hoy a Europa para ver lo alejados que quedan esos objetivos de la realidad. El año pasado la Comisión formuló la ‘Estrategia 2020’, otro paquete de medidas que si bien es más realista no es por ello menos ambicioso y requerirá de una coordinación adecuada y una inversión comprometida.
La UE no se puede permitir otro fracaso de esa magnitud. En materia energética no se ha podido llegar, de momento, a un acuerdo vinculante en eficiencia energética. No se trata de trabajar en base a cifras y objetivos, como los planes quinquenales de la Unión Soviética, pero sí de establecer unos mínimos y un compromiso que aseguren reafirmar la apuesta europea por las renovables. Más que la construcción de costosos ‘super’ conductos que nos conecten a países de los que extraemos una fuente de energía que no perdurará para siempre y cuyo precio es muy inestable, se debería poner toda la carne en el asador para dotar al tan pobre en recursos naturales continente europeo de una energía limpia que elimine la dependencia de terceros países.
Pero la pregunta es: ¿se llegará al ambicioso objetivo de alcanzar un 100% de consumo en renovables a partir de 2050, como muchos ambicionan? ¿Están realmente preparadas las renovables para satisfacer las necesidades energéticas de un continente tan industrializado y consumista?
Los acontecimientos vividos en el Magreb, una ola de cambio en el mundo árabe impulsada por el pueblo, harto de ver el acomodo de las clases políticas y sus autoritarios líderes jurásicos como el tunecino Ben Alí o el egipcio Mubarak, ha puesto en el punto de mira una vez más la inacción de la Unión Europea en una región con la que se ha esforzado en mantener buenas relaciones.
La Alta Representante de la Unión para la política exterior sigue sufriendo un limitado margen de actuación, pero eso no supone excusa alguna para no haber empujado a los responsables de las carteras de Exteriores del resto de Estados miembros a actuar para que la UE lidere el apoyo a una transición democrática en los países árabes que están experimentando revueltas populares.
El artículo del domingo 30 de enero del corresponsal del diario El País en Bruselas, Ricardo Martínez de Rituerto critica abiertamente a Catherine Ashton, en unas palabras que reproduzco a continuación:
“El llamamiento lo hicieron conjuntamente los líderes de Alemania, Francia y Reino Unido, dejando bien claro quiénes marcan el rumbo en Europa y arrojando luz sobre la paupérrima función y personalidad de Catherine Ashton, formalmente responsable de la política exterior de la Unión”. (…) “Ashton produjo el viernes un comunicado marcado con la blandura inherente a su posición, siempre de observadora,
Preocupante análisis al que, sin embargo, no le falta razón.
Las altas esferas de la UE deben preguntarse sobre lo que pasa, hacer autocrítica y cambiar el modus operandi para el futuro. Este problema puede traducirse en un sentimiento de rechazo por parte de la población magrebí y una ola de antieuropeísmo en la zona al interpretar que sus vecinos del norte han hecho la vista gorda durante años a sus gobiernos autoritarios, con los que han firmado acuerdos de asociación ventajosos, y han mantenido el silencio cuando el pueblo ha reclamado reformas.