viernes, 4 de febrero de 2011

La Revolución Industrial del siglo XXI

El encuentro histórico de los líderes europeos en una cumbre energética da por fin la relevancia merecida a la política energética y su futuro. Sin embargo, y tal y como reflexioné en un artículo la semana pasada en Berlín para EurActiv, “those who expect a historic agreement must be prepared for a possible disappointment”. No parece que las conclusiones del encuentro vayan a dar ningún giro inesperado al futuro energético inmediato.

Pero lobbies, agrupaciones y ONG’s van mucho más allá, y están consiguiendo trasladar el debate a los más altos niveles. Ya no es una utopía hablar de una reducción de emisiones de hasta un 90% para 2050 (en relación a los niveles de 1990). O de un abastecimiento del 100% en energías renovables hacia mitad de siglo.

El cambio requerido para alcanzar tal fin supone un verdadero salto cualitativo. Muchos hablan de una nueva revolución industrial, una serie de cambios que impliquen algo parecido a lo ocurrido a finales del siglo XVIII en Europa. La economía baja en carbono, limpia, verde, respetuosa con el medio ambiente y con la biodiversidad requiere un cambio en prácticamente todas nuestras formas de vida. Nicholas Stern, ex economista jefe del Banco Mundial, declaró en una entrevista al diario El País que esta revolución “será mayor que la de la electricidad, los trenes, los coches y probablemente mayor que la de la información. Afectará a todos los sectores y creará una ola de innovación. Las revoluciones de los últimos 200 años necesitaron inversiones durante 30 o 40 años y esta será una de esas. Esta vez no podemos permitirnos retrasarlo”.

El desafío es mayúsculo. Europa es un continente heterogéneo, y la energía solar que puede producir España no es la misma que, por sus condiciones meteorológicas, puede producir Bélgica, del mismo modo que la energía eólica que produce Finlandia es, con mucho, superior a la que puede aspirar a producir Grecia. También hay problemas con países pequeños como Luxemburgo, que no tienen espacio material para instalar parques eólicos o plantas solares. Por ello, la Comisión Europea estudia la creación de redes inteligentes capaces de interconectar Europa: que la energía producida por el abundante sol en España se pueda trasmitir a Suecia sin problemas, de tal manera que se garantice el abastecimiento y se reduzca la dependencia de otros países como Rusia, que exporta un gas fundamental para los inviernos europeos.

La Comunidad Europea para la Energía Renovable (ERENE) es un proyecto encabezado por la ex comisaria europea de presupuesto, la alemana Michaele Schreyer que defiende la viabilidad de las renovables y la urgencia de acabar con la dependencia de Europa respecto de los recursos fósiles. ¿Es posible? Según la Red Eléctrica de España (REE), las energías renovables cubrieron en España el 35% de la demanda eléctrica. Es el año en que, por primera vez en la historia, España exportó luz a Francia.

El Consejo europeo lo ha dejado claro: “la revolución en los sistemas energéticos europeos debe comenzar ya”. Se trata, sin embargo, de una ardua tarea que requerirá una inversión que el comisario europeo de Energía ha cifrado en un trillón de euros para los 10 próximos años. Un esfuerzo presupuestario incalculable y la necesidad de atraer inversión privada en un momento difícil. Lo que no dudan los líderes europeos son las palabras del presidente norteamericano Barack Obama: “el país que sea capaz de desarrollar y comercializar con éxito energías limpias conseguirá el liderazgo en el siglo XXI”.

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*Fotos: ERENE y diario El País

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