viernes, 10 de septiembre de 2010

El debate sobre el estado de la Unión

Poco a poco, la Unión Europea va dotándose de mayor dinamismo democrático y de instrumentos que la convierten cada vez más en una macroestructura transnacional. Fruto de esta evolución surge el primer debate sobre el estado de la Unión, un ejercicio necesario de intercambio de opiniones que no fue demasiado fructífero pero que sirvió para

despertar la atención de los medios y profundizar en el debate sobre qué es la UE y hacia dónde va.

Quien conoce la figura de José Manuel Barroso como presidente de la Comisión Europea esperará un discurso repleto de utopías y buenas palabras que nunca pondrá en evidencia a Francia ni a Alemania. Es por ello que no sorprendió que no echara una reprimenda directa a Sarkozy por el vergonzoso asunto de las expulsiones de gitanos en Francia, pero sí deja mucho que desear que el presidente del Ejecutivo comunitario no dé la cara en un momento en que la UE debe mostrar firmeza.

De nada servirá hablar de “los valores europeos” y de la defensa de los mismos si no se toman determinaciones arriesgadas. Bien es cierto que Barroso le debe su puesto en gran medida al presidente francés, que apostó por su candidatura junto a Merkel y le refrendaron para un segundo mandato. Pero el portugués ya le devolvió el favor a Sarko concediendo a Francia la cartera de Mercado Interior y al rumano Ciolos la de Agricultura (algo por lo que se presionaba desde París). Fue curiosamente un alemán, Martin Schulz del grupo socialista, quien más criticó la “integobernabilidad” de Francia y Alemania en la UE.

La trascendencia pública de Barroso es, de momento, mayor que la del presidente estable del Consejo europeo, Herman Van Rompuy. La Comisión Europea es la encargada de poner en su sitio a un Estado miembro cuando éste se salta la normativa comunitaria. En este caso, lo más atrevido que salió de su discurso fue que “el racismo y la xenofobia no tienen cabida en Europa”.

Todos los grupos políticos representados en la Eurocámara, excepto el Partido Popular Europeo, recriminaron la falta de autoridad de la Comisión en este asunto. Afortunadamente, acertaron en sus críticas, que fueron especialmente duras y que Barroso apenas se molestó en rebatir.

Otra de las cuestiones que mayor preocupación suscitó fue el creciente despego de los ciudadanos europeos hacia la Unión Europea. Se habló por ello de la necesidad de ejecutar unos presupuestos que apuesten por reducir las disparidades sociales y repercutan en resultados tangibles.

La pérdida de relevancia en el mundo fue otra de las grandes cuestiones al analizar el Tratado de Lisboa, del que se esperaba que la UE saliera reforzada en la escena internacional. Lo que cuentan, sin embargo, son los hechos: mientras que la UE es el primer donante en ayuda económica a la Autoridad Palestina y en materia de cooperación en Oriente Próximo, no ocupa una silla en las mesas de negociaciones para la solución del conflicto palestino-israelí. Algo francamente decepcionante y que no cambiará a menos que los grandes de la UE, especialmente Francia, Alemania y Reino Unido renuncien a su protagonismo particular y apuesten por una voz en común.

Los eurodiputados están francamente vinculados con el proyecto europeo. Seguro que ejercicios de debate como el vivido el pasado martes en Estrasburgo aportarán cosas positivas para el futuro desarrollo de la UE.

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